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quinta-feira, 23 de janeiro de 2020

Las novelas que influyeron en la concepción política de Marx

Mariano Dorr  http://bit.ly/2tPQic7


O JORNAL ARGENTINO PAG12, por seu suplemento \radar libros, nos brinda com uma matéria deveras interessante.
Como o pensamento de K.Marx foi recortado por seu trânsito na Literatura - livros e autores.
escritor Mariano Dorr  com suas investigações nos oferece tal panorama e temos uma obra fluida e de densidade.Vale a pena conferir
http://bit.ly/2tPQic7
Las novelas que influyeron en la concepción política de Marx
En Marx y la literatura, el investigador y escritor Mariano Dorr aborda las prácticas de lectura de Marx y vuelve sobre los clásicos que tanto conmovieron al filósofo y a los que solía citar en sus manuscritos y cartas: Shakespeare, Goethe, Balzac, en la primera línea. Y también ofrece una mirada sobre autores contemporáneos para verificar la persistencia del materialismo histórico y la idea de que lo revulsivo de la literatura consiste en su permanente cuestionamiento de las instituciones. 
La relación entre Marx y ciertas obras literarias, o la del marxismo con la literatura como un fenómeno histórico específico, pero siempre difícil de asir, es por demás compleja. Y habilita un conjunto de reflexiones casi tan largas como interpretaciones de los textos del filósofo alemán, padre del comunismo científico, existen. Pero, aún así, no puede haber una cabal lectura de la filosofía marxiana y de los marxismos que engendró si no se entiende la constante tensión que existe entre discurso literario y aproximación filosófica, sobre todo, en la medida que una de las cosas que cualquier planteo revolucionario debe resolver es la del lugar que tendrá aquello que se llama “literatura” –o, de manera más general, “arte”– dentro del mundo nuevo por venir. La literatura, en tanto sostenida bajo los protocolos de la ficción (que no son otra cosa que una mentira organizada) o bajo la imprudencia de la palabra poética (cuya relación con la verdad discursiva es errática y hasta diametralmente opuesta, habiendo una “verdad” en poesía que resulta amiga de lo inefable), parece encargada de generar corrimientos y desvíos al interior del pensamiento materialista.Por eso, a veces, los mejores modos de renovar cualquier tipo de ortodoxia dentro del marxismo es a través de la concentración sobre fenómenos estéticos o culturales, algo que han demostrado en diversas épocas y con diferentes enfoques nombres de importancia como los de Antonio Gramsci, Theodor Adorno o Raymond Williams. El último libro del escritor, periodista y docente Mariano Dorr, Marx y la literatura, es menos un análisis filológico de las menciones de Marx acerca de novelas, cuentos o poemas y más una indagación personal acerca de los ires y venires del materialismo dialéctico con la literatura, ese doble espectral que, como el comunismo en el Manifiesto de 1848, resulta su más escurridizo y, por eso, innegable fantasma.El primer artículo del libro, “Marx lector”, recupera precisamente uno de los trabajos más emblemáticos del filósofo en relación a la literatura. Como bien señala Dorr, en lugar de ocuparse de un autor encumbrado y canónico, Marx se mete con un novelista contemporáneo, reconocido, adscripto al realismo y cuya obra circula en ediciones accesibles al gran público. Estamos hablando, claro, de su estudio sobre la obra de Eugène Sue Los misterios de París, presente en el primer libro que firma junto con Engels, La sagrada familia (1845). Todo el libro está dedicado a identificar aquello que se ha llamado la “crítica crítica”, encarnada por Bruno Bauer y los jóvenes hegelianos, cuya postura parecía un modo de continuar con la filosofía dialéctica a través de sus costados más poderosamente idealistas. La distancia de Marx con esa corriente fue necesariamente establecida para que, tal como afirma Lenin al revisar la obra marxiana, el futuro autor de El capital pase del hegelianismo idealista al socialismo. El lugar que ocupa el comentario al crítico literario cercano a “Bauer & Co.”, Szeliga (pseudónimo de Franz Zychlin von Zichilinsky), en su nota sobre la novela de Sue pone en evidencia la metodología y las obvias consecuencias de esta suerte de aplicacionismo del ideal sobre la vida efectiva y planteada en términos materiales e históricos: recordemos, la juventud hegeliana encarna, para Marx y Engels, esa idea de que los cambios en los modos de pensar necesariamente representan cambios históricos, sin que participe la lucha material. En esa línea, Szeliga saluda la manera en la que el personaje de Rodolfo de Geroldstein (un noble disfrazado de indigente) trata de salvar a Flor de María (una prostituta) de la vida sometida a la carne y a las limitaciones pecuniarias. Flor de María, de carácter naturalmente jovial y sin ningún tapujo a la hora de defenderse físicamente de sus agresores, termina en un convento, arrepentida de su vida pecaminosa, para al poco tiempo morir. La estructura del relato de Sue, el modo en que contrapone al personaje de Rodolfo con Flor de María, el destino de esta última y hasta la apreciación de la “crítica crítica” de Szeliga, quedan liquidadas en un solo párrafo por parte del mismo Marx que, en esa época, acababa de escribir los ahora conocidos Manuscritos económico-filosóficos de 1844: “Rodolfo transformó, entonces, a Flor de María, primero en una pecadora arrepentida; luego, a la pecadora arrepentida, en una monja y, finalmente, a la monja, en un cadáver. En su sepelio, no sólo el sacerdote católico da un responso, sino también el sacerdote crítico, Szeliga”.



MATAR AL BURGUÉS INTERIOR
La literatura, para Marx, es un espacio en donde también se presenta una lucha entre la consideración materialista de la vida y el plano de las ideas: desprendidas las ideas de su vínculo con la vida y la historia, quedan en un mero formalismo que no va a ningún lado. Por eso, la crítica de Marx, su afición por la literatura clásica de la Antigüedad grecorromana, su gusto por Shakespeare y Cervantes e, incluso, sus intentos de escritura literaria (que los hubo), muestran una afición por un planteo de lo estético comprometido con las contradicciones y las luchas de la humanidad real. Pero, más allá de Marx, ¿qué queda de esa interpretación?
El libro de Dorr se corre en gran parte de los demás capítulos de la apreciación de esos comentarios literarios de Marx para revisar la manera en la cual ciertos planteos del pensamiento materialista-dialéctico persisten en diferentes momentos históricos. Y en donde los escritores o los filósofos con una clara o ambigua lectura de la obra marxiana atraviesan esos momentos puntuales para llegar a una conclusión o, si las cosas salen bien, al desarrollo de un instrumento conceptual que habilite el cambio revolucionario. Así, “Máximo Groki y Alexandr Soljenitsin: una unión soviética” repasa las contradicciones entre el planteo de emancipación de la humanidad del pensamiento socialista con los horrores del GULAG (y la pesada realidad de que uno de los más emblemáticos lleve el nombre del autor de La madre); “El Manifiesto comunista como imagen de la vanguardia” estudia la manera en la cual, tal como remarcó Marshall Berman en Todo lo sólido se desvanece en el aire, el texto de Marx y Engels funciona como modelo para lo que después serán los manifiestos de las vanguardias históricas y, sobre todo, las diferentes versiones de Bretón del propio de los surrealistas; hasta, por ejemplo, meterse en la manera en la que, ya en territorio americano, los beatniks y los escritores argentinos contemporáneos exhiben problemas que emergen del riñón de la lectura marxista en torno a la relación literatura-realidad histórica.
La clave de lectura del libro de Dorr es entender que la herramienta más concreta de transformación de la realidad en el ejercicio de la crítica y la práctica literaria es la toma de conciencia por parte del escritor de que los procedimientos están para poner en crisis a la literatura como institución. Desarmar la literatura por dentro, a partir de una escritura más cerca del arma que del artificio, es evidenciar su naturaleza estrictamente burguesa y las limitaciones históricas que evidencia, en pos de un mundo que debe transformarse. De ahí el tratamiento de temas diversos que poco tienen que ver con lo que el libro enuncia en el título: no es tanto Marx y la literatura, sino la vigencia de una crítica literaria con cierta base marxista con respecto a la literatura del siglo XIX en adelante (o sea, la literatura, sin más). 
Marx y la literatura resulta, a la manera sartreana, un libro situado, que lee desde las crisis del presente esa relación siempre tensa entre compromiso y formalismo, abordada con un tono ensayístico, y que actualiza problemas sociales y estéticos, mostrando el trasfondo y los puntos clave de ciertas polémicas de renombre. Obviamente, la resolución de esos nudos problemáticos es más propositiva que real. Como pasó con los socialismos reales, como pasa en toda la “literatura” marxiana o marxista, la utopía es algo que se adivina transcurriendo en los sinsabores de la historia. Y por eso, imprevista. Como a veces le pasa a la literatura.
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